Hace poco, durante la fase de documentación de un nuevo proyecto de cómic, me topé con esta maravilla. La vi sin mucha información previa; no miré críticas, ni consulté el impacto que había tenido, tampoco nadie me había hablado de ella nunca. Una vez vista, me sorprende no encontrarla en el canon de joyas del cine.
Mandingo es la historia sobre los conflictos de Hammond, el hijo del dueño de una plantación en el sur de EEUU en la década de 1840, con su entorno, colapsado por la presión de su padre, la presión de su futura y nada virgen esposa y la presión de una de las concubinas negras por la que empieza a experimentar sentimientos, que quiere obtener de él la promesa de que el futuro hijo de ambos será libre. He leído críticas que la definen como un "retrato crudo sobre la realidad del esclavismo en el Sur" y estoy de acuerdo con ello: el contexto está perfectamente hilado y tratado. La crueldad hacia los negros se ve reflejada en la cotidianidad. En los primeros diez minutos se presenta este mundo sin necesidad de apelar a la muestra del castigo físico que, no obstante, llegará más adelante de una forma desgarradora. El comprador de esclavos examina la dentadura de los candidatos, comprueba si están castrados. "En esta plantación no castramos ni a negros ni a caballos", responde con orgullo el dueño, Warren Maxwell. La pequeña Big Pearl está enferma. El "veterinario" determina que tiene demasiado calor entre las caderas y que Hammond haría bien en aliviar esa angustia deshaciéndose de su virginidad. La muchacha virgen, aterrada por el trance que se le avecina, le dice al amo que sería humillante para él yacer con una esclava como ella. Los esclavos que sirven la comida del dueño, el hijo y el comprador tienen nombres altisonantes: Lucrezia de Borgia, Agamenón. Los amos nombran a sus esclavos como si nombraran a sus mascotas. El comprador le habla a Warren de alguien que dormía sobre un perro para traspasarle el reuma y Warren no duda en poner en práctica el absurdo remedio ordenando a un niño negro colocarse bajo sus pies para paliar su mal. Los detalles de este tipo son innumerables e integran el universo de la película como un mazazo en las entrañas permanente, sin remilgos ni ñoñerías, consiguiendo un efecto que ya le gustaría a "La cabaña del tío Tom". Peleas de mandingos, castigos físicos atroces, separaciones en las familias de negros e infanticidios completarán con eficacia esta cruda exposición del esclavismo, sin cortarse a la hora de mostrar violencia y sexo.
El centro dramático lo constituye el personaje de Hammond. Hammond es el hijo mujeriego del dueño de la plantación, también es el padre de la mayoría de las criaturas que engendran las esclavas primerizas, un hombre nada simpático, tarado emocionalmente por su padre, que sueña con tener un mandingo para apostar en peleas y que ha aprendido lo que es la pasión desde una posición subyugadora. Cuando su padre le ordena casarse con una muchachita rubia y bella, su prima Blanche, comenta que no sabría como tener sexo con una blanca. Pero debe hacerlo. Ya es hora, como dice su progenitor de "dar a la familia un heredero que sea humano". La dama en cuestión, a pesar de aparentarlo, no es virgen, es más, viene de tener una relación incestuosa con su hermano Charles. Charles monta en cólera cuando se entera de su futuro casamiento con Hammond. "Claro que voy a casarme con él. Es rico, guapo y romántico", presume Blanche, que sólo desea alejarse de esa familia, abandonar el pecado del incesto y gobernar su nueva vida. Pero Hammond se da cuenta de la trampa. Blanche no ha llegado inmaculada al matrimonio. Desde ese momento, se niega a tocarla.
El enfado de Hammond va más allá de la "afrenta" de su reciente esposa. Hammond magnifica el hecho y lo utiliza como excusa para refugiarse en Ellen, una esclava con la que ha empezado a experimentar, en contra de lo esperado, la ternura y la sinceridad del amor. Legitimar un hecho así en un contexto tan hostil y con sus propias creencias acerca del lugar y la función de los esclavos representa para Hammond un conflicto irresoluble. La neurosis derivada de él le lleva a despreciar con violencia cualquier proposición sexual de su esposa. Mientras el rechazo hacia ella se vuelve sistemático y cada vez más agresivo, la relación con Ellen va prosperando y la angustia y la frustración de Blanche la convierten en una alcohólica desequilibrada. Blanche no tarda en cobrarse su venganza. Totalmente impotente para descargar su rabia en su legítimo esposo, hace llamar a Ellen y la azota con saña, encuentro que culmina en una persecución que acaba con el feto que Ellen portaba en su vientre, el fruto del amor de Hammond y ella, el niño negro que iba a ser libre. Sin embargo, la ansiedad de Blanche no remite. Necesita desesperadamente sentirse deseada. Aprovechando una ausencia de Hammond, llama al mandingo, la pieza estrella que Hammond utiliza para las peleas. El negro que mata negros por orden de su amo. Blanche arde debajo de este hombre y queda preñada. Las consecuencias no se hacen esperar. Blanche, la adorable Blanche, rubia, bella, hija del rico dueño de una plantación, casada con el rico, guapo y romántico Hammond, da a luz a un bebé mestizo, condenado a la muerte desde su primer aliento. La vergüenza cae sobre la casa. Hammond arrasa con todo, envenena fríamente a la "zorra" de su esposa y arremete contra el mandingo. En la reyerta final, Hammond pierde todo: a su padre, a su esposa, a su mandingo. La neurosis ha estallado y la espiral de violencia se ha llevado por delante todo lo que constituía los pilares de su existencia. El plano final nos muestra la plantación como al principio, como si la tragedia no hubiera llegado a su clímax, como si todo siguiera su curso en calma. La imagen de la plantación se revela así como una máscara del horror, la misma máscara que todos en aquella casa han llevado hasta que la presión ha sido insoportable.
Mandingo es una película de una fuerza dramática arrolladora, maravillosamente escrita, dirigida e interpretada, injustamente infravalorada y despreciada en su época por lo explícito de su contenido. Cuando leo "retrato sobre la crueldad de la esclavitud en el Sur de EEUU" no puedo evitar pensar que esa descripción no abarca la genialidad que palpita en este largometraje, visible en el desarrollo de sus personajes y su complejidad psicológica. Mandingo no es únicamente una enumeración sin tapujos y descarnada de las injusticias sufridas por los esclavos, es una inmersión oscura e intensa en las frustraciones más profundas de un matrimonio sureño cuyos miembros no han logrado aceptar su lugar en el mundo. Hammond y Blanche utilizan la violencia y el sexo con los esclavos como vía para resarcirse del papel que se ven obligados a interpretar en sociedad y que les viene grande. Al igual que el esclavo no se rebela ante su amo, Blanche no puede hacerlo con su marido, que se niega a cumplir su función marital, ni su marido con su padre, que le ha inoculado en lo más profundo de su ser la inferioridad de los negros, hecho que provoca que el amor que siente hacia Ellen se vuelva culpable y oscuro. Aquí es cuando el retrato se convierte en un drama hábilmente narrado y el drama en una película digna de ser recordada y valorada.