Para presentar el nuevo vídeo acústico de Blacksleeves, grupo de rock alternativo en el que soy letrista y cantante, hablaré de una canción de ópera, un caso escatológico y una película. Ya había hablado de "Oh" en la entrada anterior. Como escribí, "Oh" es lamento, pérdida, una confesión cuando ya no hay nada que hacer. "Oh" es la muerte del amor, es abandono, ausencia de deseo. Renuncia. Lo que me lleva al lamento de Dido.
En el "Lamento de Dido", aria final de la ópera inglesa "Dido y Eneas", de Henry Purcell (música) y Nathum Tate (libreto), hay una frase pronunciada por la desgraciada heroína que siempre me ha parecido conmovedora: "Remember me, but forget my fate" (Recuérdame, pero olvida mi destino). Dido desea que Eneas la recuerde, pero en ese momento álgido en el que el amor tiñe todos los campos de esperanza. "Forget my fate" es como si le suplicara: "Olvida mi destino, olvida que la pérdida de este amor me ha llevado a perder el control sobre mi misma, a ser algo que no quiero ser y que no desearía que viese ningún ser amado, no te sientas culpable por lo que va a suceder en este momento". Dido se abandona a la muerte como quien se entrega al sueño, entre los envolventes coros "With drooping wings you Cupids come, To scatter roses on her tomb. Soft and Gentle as her Heart Keep here your watch, and never part". En "Oh", salvando la infinita distancia con el Lamento de Dido, hay de alguna manera una invocación a ese tema: "But you have gone to find the picture of mine which you fell in love with" (Pero te has ido a buscar el retrato mío del que te enamoraste). La pena es tan intensa que no se puede acallar, pero hay comprensión y aceptación, así como una advertencia desesperada: "Do not ever look back, you would see a bad imitation of that portrait that you once loved" (No mires nunca atrás, te encontrarías con una mala imitación de ese retrato que una vez amaste).
En el reverso escatológico, hay un caso que me llama la atención desde hace tiempo. Se trata de un radiologista alemán llamado Carl Tanzler que en los años treinta se enamoró de una paciente gravemente enferma de tuberculosis. Intentó salvarla por todos los medios, pero la mujer finalmente falleció. Años después, se descubrió en casa de este doctor el cadáver de la chica, deformado y descompuesto, cubierto de sedas, perfumes y todo tipo de productos para conservarla, en un fallido intento de momificación. El médico enamorado besaba y gozaba de la mujer de sus sueños, en un estado de enajenación permanente. Y de aquí no puedo más que sacar una frase que a ojos de cualquier lógico o persona con un mínimo de sentido común es una tautología: "Lo que muere, muere". Una frase que, sin embargo, parece que a veces cuesta asimilar a nivel emocional. ¿Cuántas moscas hay que matar en la casa para darnos cuenta de que lo que apesta es el cadáver que guardamos en el armario? "Oh" también habla de esto.
Termino con "Blue Valentine", película de Derek Cianfrance que vi hace poco y que me conmovió por la crudeza y precisión con la que trata la muerte del amor, o, más bien, la toma de consciencia de que el amor ha muerto. Relata un proceso lento de descomposición en el que los dos, a través de los años, se han perdido a sí mismos. No ofrece ningún tipo de concesión al romanticismo de libro y al "juntos podemos volver a intentarlo". En ambos personajes, de diferentes formas, hay desgarro ante una pérdida absoluta de la capacidad de comunicación. Los dos gritan al espacio desde universos paralelos y el drama estalla de forma violenta. El amor vivido no alivia la crueldad que debe sufrir él por parte de ella o los arranques de agresividad e invasión del espacio que ella tiene que soportar de él. El contraste de esta situación con los flashbacks en los que se ve cómo comenzó su relación, lejos de resultar un recurso sensiblero, como fácilmente puede suceder, aumentan esta sensación desestabilizadora de que algo fatídico e inevitable ha tenido lugar. ¿Dónde está el "por qué"? No termina de quedar claro. A la pregunta de "¿Qué sucedió?" solo se puede contestar "El tiempo". En "Oh" también hay extrañeza ante esta transición brutal en la que dos personas que se amaban tiernamente pasan a ser dos desconocidos que se conocen demasiado: "You have just left this place and I can't believe such thing. Yesterday you were saying: baby, I love you...".
Y después del rodeo aquí está "Oh" en acústico, con Nacho Guio al teclado, Eduard Balcells al banjo, Carlos Magaña a la guitarra acústica, Otto Speer, el compositor del instrumental, en la eléctrica y una servidora ante el micro.