Hace unos años mi madre me tiró por accidente una vieja caja de madera en la que guardaba mis muñecas de la infancia. Parece una cursilería, pero esas muñecas semirrotas y medio punkies tras pasar por mis sesiones de peluquería tenían para mí un valor especial.
Hoy, tras la muerte de William Goldman, me doy cuenta de que la infancia no muere cuando desaparecen unas pocas muñecas. La infancia va muriendo cuando nos hacemos conscientes de que nuestros ídolos no son inmortales, esos que cuando eras niño no conocías porque simplemente te bebías sus universos, sin importar nada más.
Están cayendo, uno tras otro.
Descansa en paz, William. De niña, disfruté leyendo y viendo "La princesa prometida". Cuando crecí, comprendí su ironía y me gustó aún más.