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Ostara. Lo que Eva le contó a la Serpiente

Comienza el mes de Ostara .



«Cuando abro el pequeño frasco, la primavera se adentra en mis fosas nasales. Hay belleza y ternura en un principio, como si fuera un educado visitante que llega sediento. Su mirada es limpia, algo melancólica, y trae consigo un ramillete de flores silvestres que por el día lucen bonitas y tímidas, pero que por la noche emanan la esencia misma del bosque. Ese bosque en el que los espíritus de las bacantes llevan siglos danzando, embriagándose y despedazando a los incautos que aún piensan que Dionisos es un dios bobo.

El bosque no está solo; el bosque son miles de ojos siempre abiertos en algún momento del día o la noche. El bosque es Ofelia soñando que su cadáver se pudre en el río. Insomnio constante y sueño constante. El bosque es sufrimiento, savia, sangre y renacer continuos. Es muerte y crueldad, pero también sexo y sabiduría. El bosque es el lugar donde los amantes buscan refugio, la cabaña donde los niños ponen a salvo su infancia y donde, al ser adolescentes, la pierden. El bosque es donde el perturbado, detrás de un árbol, observa, sin poder evitar tocarse, a la chica tímida que solo en el bosque se atreve a cantar.

El educado visitante, después de calmar su sed, cuenta una historia. A medida que sus palabras fluyen, su cuerpo se transforma hasta convertirse en una mujer con la piel verdosa y cabellos de madreselva. Lo único que queda de la visión anterior son sus hirientes ojos amarillos. Las raíces brotan de las plantas de sus pies, que sangran savia. Asegura que va a quedarse a dormir esta noche. Solo esta noche».




Portada por Enrico Marini.

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